Anton Chejov y su literatura curativa

Anton Chejov y su literatura curativa

Chejov ha trascendido por ser uno de los mayores exponentes de la literatura rusa de finales del siglo XIX y principios del XX.

«La medicina es mi esposa legal; la literatura sólo mi amante» se trata de una de las frases más recurrentes con las que el prosista Anton Chejov (Taganrog, 1860-Badenweiler, 1904) definió su jerarquía de prioridades vitales.


No obstante, el demostrado talento que manifestaba el autor para con la escritura vino a proclamar lo contrario: la literatura se convirtió en una pasión descarnada mientras que la medicina fue relegada a un rol secundario en su existencia.


Salvo contadas ocasiones en las que ofreció de manera gratuita sus servicios como galeno, Chejov apenas se desempeñó en tal campo.

 

Lo que realmente le movía era el altruismo y, siguiendo esa misma línea, escribió una parte sustancial de sus primeras obras en aras de salvaguardar a su familia de la ruina económica.

 

A pesar de esta necesidad constante de ayudar al prójimo, Chejov no tuvo las cosas fáciles. Desde bien joven soportó a un padre déspota que lo sometió a brutales palizas y numerosas vejaciones.

 

En 1879, ya quedando evidenciadas sus inquietudes artísticas, finalizó sus estudios de secundaria en su Taganrog natal y, posteriormente, marchó a la capital para proseguir allí con la formación universitaria.

 

Que su vida académica se orientara a la medicina no impidió que, de forma paralela, cultivara el campo de las letras, especializándose en el relato corto en particular. Su primera antología Cuentos de Varios Colores (1886) supuso la publicación de una primera tanda de relatos de cariz más bien humorístico que ostentó relativo éxito.

 

Poco a poco, esta inclinación por la comicidad acabó desplazada en favor de un retrato realista del mundo y, a través de piezas como Al Anochecer, Chejov fue galardonado con el Premio Pushkin en 1888.

 

Para entonces, el ruso también había incursionado en la dramaturgia con varias obras de las que destaca el drama en cuatro actos Ivanov (1887). Pronto descubrió el potencial que tenía para el teatro y, en consecuencia, se volcó por completo en cultivar dicho formato.


La década de los 90 fue una de las de mayor esplendor para el artista, quien con la Gaviota (1896), el Tío Vania (1898), Las Tres Hermanas (1901) o el Jardín de los Cerezos (1904) alcanzó el prestigio de la escena internacional.

 

Sin embargo, su brillantez quedó empañada por la tuberculosis que contrajo tratando con pacientes y, tras un deterioro paulatino, su vida se apagaría con apenas 44 años.

 

Chejov no pudo disfrutar de la fama posterior que alcanzaría su figura, si bien es cierto que, aun así, logró su última: Conmover y ayudar su alrededor con una literatura excelsa que cautivó y hoy sigue cautivando a quien se adentra en ella.

Anton Chejov y su literatura curativa