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Beatrix Potter: La fábula como canto de libertad

El corazón de la autora británica estuvo dividido entre su amor por la naturaleza y la narración de historias.

Un 28 de julio de 1866 nacía en Londres, en el seno de una familia acomodada de rentistas una de las más importantes literatas infantiles de la escena cultural contemporánea.


Su nombre, Beatrix Potter, queda hoy recogido junto al de Perrault, Andersen y otros tantos escritores a la vez que se desempeña como testimonio de la que fue sin lugar a dudas su mayor creación autoral: Peter el Conejo –o Perico el Conejo por sus traducciones al español–, famosa colección de cuentos que relataba las tiernas aventuras de este pequeño y tierno protagonista.


No obstante, como paso previo a la creación del simpático personaje con el que alcanzó la fama por la que hoy día se la conoce, Potter tuvo que hacer frente a numerosos obstáculos que se oponían el desarrollo creativo y artístico al que apuntaba de forma evidente desde niña.


Su constante búsqueda de la libertad y la autorrealización fue el sello personal con el que la fabulista británica marcó a todas y cada una de sus producciones
Si bien realizó estudios en casa de manos de una institutriz, vedándole así el contacto con otros niños de su misma edad, pronto encontró en la lectura una vía de escape a través de la que poder conocer aquellas partes del mundo que le eran prohibidas.


A esta sensación de excarcelación azuzada por los libros se le sumaron los habituales viajes de vacaciones que realizaba junto a su familia a Escocia, donde la joven quedaba maravillada por los frondosos bosques y la fauna autóctona de aquellos paradisíacos parajes.


Ningún detalle escapaba al ojo avizor de Potter, quien tomaba apuntes y dibujaba incansablemente aquellos hermosos escenarios tan diferentes de los cuatro muros en los que acostumbraba a vivir recluida.

La necesidad de emanciparse que en ella fue creciendo inexorablemente pronto tomó un camino poco esperable y muy criticado por su entorno más inmediato: a los 24 años, Potter se lanzó a la escritura de cuentos y a la ilustración, las únicas pasiones que le garantizaban su soñada independencia de espíritu.
Aún sin contar con el beneplácito familiar, la autora se aventuró con la auto-publicación de Las aventuras de Peter el Conejo (1902), que para sorpresa de todos fue un rotundo éxito.


La firma con una importante editorial para proseguir con la publicación de sus historias, el posterior matrimonio con su asesor y eterno compañero William Heelis así como una mudanza al entorno rural la llevó a cumplir sus más ansiados sueños.


Desde aquel nuevo ritmo de vida Potter profundizó en sus conocimientos como naturalista, lo que a su vez la llevó a una defensa a ultranza del mensaje ecologista cuando dicho movimiento aún resultaba desconocido.


Todo aquel esfuerzo depositado y sacrificios realizados habían servido finalmente al propósito último de transgredir los límites que le fueron interpuestos para, de igual modo que hizo el propio Peter Rabbit a través de sus relatos, contar con la posibilidad de alcanzar las metas propuestas y disfrutar de los placeres que entraña la vida.