Los faquires: de hombres santos a mitos

Los faquires: de hombres santos a mitos
Detrás del asombro que suscita su tolerancia al dolor en todo el globo, el verdadero faquir intenta comprenderse a sí mismo en una búsqueda de la trascendencia.

Si alguien nos preguntara acerca de qué son los faquires, afloraría en nuestras cabezas la imagen del típico individuo que opera trucos aparentemente increíbles con los que supera los umbrales de dolor conocidos por el ser humano:
Camas de púas, incisiones o perforaciones son sólo alguno de los castigos físicos que se imponen y con los que, además de exhibir su extraordinario control del dolor conmocionan lógicamente al público.


No obstante y a pesar de que en tierras occidentales el espectáculo del faquir es exhibido como algo meramente recreativo ¿realmente su origen se vincula a esta función?


En la India o Nepal, lugar de origen del faquir –o sadhu, nombre con el que allí es conocido y cuya traducción a nuestro idioma sería la de «pobre»–, este  no es sino un monje que prosigue los caminos del ascetismo para alcanzar la deseada iluminación.
Encuadrándolos dentro de la religión hinduista, formarían parte de la llamada «cuarta fase de la vida», que se encontraría precedida por las etapas de estudio, ser padre y posteriormente, peregrino.


El objetivo principal del faquir es el de liberarse del ciclo de reencarnaciones del samsara y por fin poder ascender al paraíso a través del moshka, acto mediante el que el alma rompería definitivamente con su forma material.


En pos de dicho objetivo, el faquir trata de alejarse de cualquiera de los placeres que el mundo conocido le ofrece y, bajo la premisa de convivir con estos pero sin entrometerse ni en el gozo ni sufrimiento humano, desarrollan su vida como hombres santos.


Algunos de ellos dejan sus barbas y cabellos crecer durante años y se embadurnan con pinturas o cenizas mientras se desempeñan como maestros de meditación y yoga.

El respeto que infunden a través de su modo de vida los hace ser especialmente queridos entre los locales, quienes a menudo se encargan de su sustento de forma benéfica a fin de que ellos puedan seguir desarrollando su transición hacia la plenitud espiritual.


La forma en la que por tanto se conocen al faquir en el resto de países de nuestra órbita no obedece sino a la necesidad de ofrecer un fenómeno exótico y cautivador: el verdadero faquir es conocedor de su naturaleza y se aleja del apabullante candor del mundo moderno para sumergirse en un proceso de transformación interior.

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