Jünger
Jünger

Jünger en su propio laberinto

Jünger en su propio laberinto
Con su relato personal, el autor alemán se expone como un espíritu atormentado de gran erudición. Su polifacético devenir lo convertiría en una destacada figura del siglo XX.

La obra y existencia misma de Ernst Jünger (Heidelberg, 1895 – Riedlingen, 1998) es difícilmente disociable de las circunstancias que el autor afrontó durante sus más de cien años de experiencias y desengaños. Su vida se sucedería entre dos orillas y alejado de cualquier tipo de maniqueísmo, lo que le supuso una dura frustración tanto en el terreno personal como artístico en un tiempo en el que posicionarse en trincheras era la única opción posible para sobrevivir a un mundo hostil.


Nacido en 1895, Jünger fue un joven rebelde desde su infancia, alistándose a la Legión Extranjera para conocer el significado del heroísmo clásico del que tanto había leído en los clásicos de la literatura.


Poco después de regresar al hogar y, embelesado con las vivencias allí acaecidas, volvería a enrolarse en el ejército alemán, pero esta vez para evadir sus responsabilidades como estudiante de instituto.


No obstante, en esta ocasión dio testimonio en primera persona del horror del frente. Trasladó lo allí visto posteriormente a Tempestades de Acero (1920), el primer tomo de sus diarios y, al regresar a su Heidelberg natal, recibió la Orden al Mérito.


En la ciudad alemana estudió zoología, cultivó la filosofía e inició su actividad política en el conservadurismo, en un momento en el que la enorme crisis socio-económica que asolaba el país desgajaba la República de Weimar.


A pesar del trágico devenir posterior de la historia alemana, Jünger jamás participó ni suscribió los ideales del III Reich pese a que se tachase a su prosa de ayudar a crear el caldo de cultivo idóneo para la proliferación del nacional-socialismo.


Contrario al antisemitismo de aquellos años y a la doctrina nazi en general, Jünger se vio obligado a vestir el uniforme de capitán, siendo una de las autoridades del régimen títere de Vichy. No obstante, durante su estancia en Francia, sus esfuerzos estarían más focalizados en desempeñarse como custodio de la literatura francesa de aquellos años y en frecuentar los círculos bohemios del país galo que en obedecer las directrices de la Wehrmacht.


De igual forma, allí conoció a su amante, apodada como la Doctoresse en su obra: Sophie Kolch, pediatra judía de origen alemán afincada en París.


La esposa de Jünger, Gretha von Jeinsen, tras enterarse de aquel escarceo,  solicitó ayuda al estado mayor alemán y a Carl Schmitt, respetable jurista, politólogo y amigo común de la pareja para alejar a Jünger de París y llevarlo al frente oriental a fin de salvar su matrimonio.


En 1942 se planteó seriamente el suicidio frente a semejante situación de presión sobre su persona. No obstante, finalmente vería el final de la guerra con sus propios ojos y, con Alemania siendo tutelada por las potencias aliadas, se trasladaría a la zona de influencia francesa para dedicar el resto de su vida a la literatura y a la ecología.


Afincado en la pequeña población de Wilfingen, moriría allí cinco décadas más tarde. En esta etapa de su vida verían la luz algunas de sus obras más importantes como Heliópolis (1949) o La Emboscadura (1951), esta última gran ensayo en el que abordaría la situación política de la época.


Con Eumeswill (1977), se consagraría como novelista ofreciendo una obra de madurez de calidad excelsa. En ella, Jünger ofrecería la visión de un mundo post-apocalíptico ambientado en algún lugar del actual Marruecos donde, desde la perspectiva del historiador Manuel Venator, brinda un relato sobrecogedor del tiránico régimen del Cóndor, quien gobierna con mano de hierro la ciudad-estado de Eumeswill.


La obra fue especialmente alabada por Publishers Weekly, revista literaria norteamericana que la consideró como todo un despliegue de erudición y conocimiento por parte de su autor.


En 1984, Jünger localiza a su antigua amante Sophie Kolch y le envía una carta privada en la que no sólo rememora todos aquellos momentos que ambos vivieron juntos en tiempos de guerra durante su estancia en París, sino que además le confiesa que «todo eso permanece guardado en un maravilloso jardín del que nadie más dispone de llaves».


En el otoño de su vida el autor, devoto confeso, recibe una bendición junto a su íntimo amigo Albert Hoffman –creador del LSD–  de manos del propio Juan Pablo II.
7 años más tarde después de aquel evento, Jünger, atesorador de un conocimiento inabarcable y testimonio vivo de un convulso siglo, cerró los ojos para siempre en su domicilio dejando atrás aquel terrible mundo que si bien tanto mal padeció, sirvió de igual forma para forjar tan irrepetible personalidad como la suya.

 

Jünger en su propio laberinto