Cada 21 de junio tiene lugar el solsticio de verano, momento en el que oficialmente comienza la estación estival. Ese día, podemos disfrutar de la noche más corta del año. Este cambio de estación era celebrado por diferentes culturas precristianas mediante hogueras y festejos.

Hoy día, celebramos una mezcla de ambos hechos. El cristianismo tomó – como en muchas otras ocasiones – estas prácticas paganas y las adaptó a sus nuevos festejos. En la tradición pagana, se cuenta que las hogueras se encendían para animar al sol en su cambio de estación, pues a partir de este momento los días se hacen poco a poco más cortos hasta llegar al solsticio de invierno.

Este día, el solsticio de verano, ha sido una práctica celebrado por numerosas culturas y civilizaciones a lo largo de todo el globo. La práctica de saltar sobre el fuego tiene una función purificadora sobre quien lo realiza, pero no es algo que se realice desde hace poco. Antiguas tribus germánicas, eslavas o celtas ya lo celebraban así. Se creía que las parejas de amantes debían saltar juntas lo más alto posible, pues cuanto más alto lo hicieran más altos crecerían los cultivos.

Aún con la distancia entre países, y la mezcla cultural propia de cada uno, en todos lugares existen unos elementos comunes: las hogueras, las playas y la gente festejando una de las más mágicas noches del año.