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Giuseppe Tartini: el violinista del diablo

Giuseppe Tartini: el violinista del diablo
La pieza más famosa de este veneciano sólo puede ser ejecutada por los músicos de más alto nivel.

A lo largo del devenir de los tiempos, se ha tratado de buscar la explicación al virtuosismo de determinados genios personales a través del componente sobrenatural.


Se recuerda habitualmente a Robert Johnson, el guitarrista afroamericano que en un supuesto cruce de caminos de Misisipi vendió su alma al diablo con tal convertirse en un maestro de las cuerdas.


Sin embargo, el caso que nos ocupa hoy es muy anterior al del Rey del Blues del Delta.


Y es que este tipo de justificaciones han venido siendo desde siempre huéspedes habituales en la madriguera del viejo topo de la historia.


Nos trasladamos, por tanto, del país de las barras y estrellas a la Italia del siglo XVIII, mucho antes del período del Risorgimento o unificación italiana.


Allí, un joven veneciano de origen acomodado conocido como Giuseppe Tartini pronto despuntaría en la escuela por su relación mágica y casi simbiótica con el violín.


Su padre, que tenía un plan de vida muy definido para su vástago, obligaría al muchacho a desechar la idea de un futuro como artista en favor de una carrera en el clero.


Sin embargo, en una noche de enclaustramiento en el Convento de San Francisco de Asís, según los testimonios existentes, Tartini soñó con el mismísimo diablo, que le prometió ayudarle en su tarea de encumbrarse como músico a cambio de que este le vendiera su alma.


El chico aceptó y, tras hacerlo, retó al diablo a que compusiera la melodía más hermosa que jamás hubiese escuchado.


Esto marcó un punto de inflexión en su vida, pues no sólo pudo por fin cumplir su deseo más ansiado, sino que a través de ese simple sueño pudo escribir su magnum opus, conocida popularmente como El Trino del Diablo.
Esta se inspira, según sus propias palabras, en aquella sonata que interpretó el demonio en su subconsciente, «tan singular y romántica como nunca antes había oído».


Desde el punto de vista técnico, la hermosura de la pieza reside en un sonido prohibido durante mucho tiempo por la Iglesia a consecuencia de un evocador matiz macabro: el tritono.


A menudo apodado también como tono diferencial, el tritono es el resultado de la disparidad de frecuencias que surge al tocar dos notas de manera simultánea. Esta condición de sonido fantasma ha sido temida durante siglos por su supuesto origen malévolo.


Sin embargo, las musas de Tartini se atrevieron a desafiar a la tradición a través de una obra en la que el uso de este recurso era esencial y obligado.


De esta forma y estando lejos de poder atribuírsele la etiqueta de embrujada, en las partituras del Trino del Diablo parece relatarse la historia del ángel caído más famoso.

Giuseppe Tartini: el violinista del diablo