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Melchor Rodríguez: cuando la utopía se hace hombre

Este chapista oriundo del barrio de Triana supuso un haz de luz y cordura en una trágica lucha entre hermanos.
8 de diciembre de 1936. España estaba sumida en una de las contiendas más trágicas que había vivido en toda su historia y que logró enfrentar a un pueblo entre sí: la Guerra Civil.

Tanto fue el encarnizamiento durante este triste período que es inevitable hacer amago de recordarlo desde el presente sin que ello traiga consigo cierto resquemor.


No obstante y a pesar de que durante el conflicto afloraron los comportamientos y actitudes más sórdidas, también pudieron vislumbrarse como rara avis brillantes y generosos gestos entre aquel mare magnum de barbarie.


Tal fue el caso de Melchor Rodríguez, un anarquista sevillano cuyo fervor por esa utopía en la que creía le condujo a salvaguardar de los suyos a quienes entonces eran considerados adversarios políticos.


Este singular humanista de origen humilde y afiliado a la CNT había pisado la cárcel bajo la monarquía Alfonsina, la dictadura de Primo de Rivera e incluso durante la II República por sus actividades subversivas e ideales libertarios.


Antes de la guerra, destacó por su labor como defensor de los reclusos, tarea que puedo desempeñar en mayor profundidad al inicio de la gesta trabajando como asesor del ministro de justicia Juan García Oliver.
Pronto optó por una actitud de moderación frente al ímpetu de algunos de sus correligionarios, que ante las constantes y violentas ofensivas del bando nacional se mostraron partidarios de una represión desmedida contra los sectores más indefensos de los sublevados.


Rodríguez pronto dio cobijo a la oposición contra el gobierno democrático, arriesgando la vida en numerosas ocasiones en contradicción con los sectores más revolucionarios de su propia organización.

Tal y como atestigua su hija Amapola Rodríguez, firmó numerosos permisos para posibilitar la huida de aquellos que eran reticentes a la legalidad republicana y trató de negociar con las tropas franquistas el fin de los bombardeos sobre Madrid.

No obstante, por lo que realmente se le conoció fue por evitar un linchamiento masivo de presos nacionales en la cárcel de Alcalá de Henares, de la que él era por entonces responsable.

Más de 1500 reclusos –de entre los que destacaban algunos grandes cargos militares como fuera el caso del General Muñoz Grandes– fueron salvados gracias a su actuación.

Por esto, los sublevados le apodaron «el ángel rojo » y su inicial pena de 30 años tras finalizar la pugna resultó conmutada a 5 por las más de 2000 firmas reunidas de aquellos que le debían la vida.


Melchor Rodríguez falleció en el año 1972 en Madrid, a los 78 de edad.


A su funeral asistieron no sólo antiguos compañeros de trinchera suyos, sino también miembros del régimen en señal de respeto por su calidad humana.


Su ejemplo vital y pensamiento puede resumirse en la más famosa frase que pronunció y de la que aún tenemos mucho que aprender: «Por las ideas se puede morir, pero no matar».