La mujer sigue sufriendo presión social y familiar

La mujer sigue sufriendo presión social y familiar
Cuando hablamos de machismo y presión social hacia la mujeres, el primer pensamiento de muchos lectores irá hacia la violencia y los abusos físicos y verbales.

Tal vez algunos más incluirán los “piropos” por la calle o los chistes como formas de machismo, pero una gran parte de ellos nunca ha hecho ninguna de esas cosas y, por lo tanto, no cree que esté contribuyendo a la presión social sobre las mujeres. Posiblemente la mayoría reparta tareas de la casa más o menos igualitariamente con su pareja, no mire su teléfono sin consentimiento y considere que objetivamente todos los géneros tienen el mismo valor en la sociedad.

En el siglo XXI, con los conceptos identidad de género, orientación sexual y roles de género más  abiertamente discutidos que nunca, las chicas de quince años siguen sin salir con sus amigos porque en el grupo va un chico que a su novio no le cae bien. “Qué casualidad que siempre discuten cuando ella va salir de fiesta o que aparece y se pelea cuando ella está con sus amigas”, comenta Carmen Fernández, educadora social y estudiante del Grado Superior de Promoción de Igualdad.  “Cosas como esas son señales que se repiten continuamente en violencia de género y que hay que reconocer muy rápido”. La clave para cambiar este panorama, lo tiene claro, es la educación. “Desde pequeños hay que enseñar igualdad y feminismo”, asegura, ya que la percepción de lo femenino como inferior no sólo afecta a las mujeres. Cualquier niño que quiera ponerse una falda recibirá más críticas que una niña que rechace ponerse esa misma prenda.

El reflejo en el espejo

Para parar comportamientos que llegan a los extremos, la educación tendría que contrarrestar la influencia social y familiar desde el primer día de vida de un bebé. Las niñas suelen escuchar cosas cómo ‘guapa’, ‘bonita’ o ‘preciosa’ al referirse a ellas, mientras que a los niños se les dirigen términos independientes de su físico, como ‘campeón’ u ‘hombrecito’. Así comienza ya a vincularse el éxito y la aceptación social con el cuidado de la imagen externa. La belleza femenina siempre ha sido un instrumento poderoso pero el acceso a la educación y la lucha por la igualdad parecían haber ganado terreno a la hora de valorar a las mujeres. Sin embargo, la enorme difusión en los medios de comunicación y en las redes sociales ha normalizado un ideal de belleza inalcanzable hasta el punto de convertirlo en una necesidad para la supervivencia, muchas veces por encima de la inteligencia o la formación.

 

De esta manera, los comunes comentarios por parte de hombres y mujeres sobre cuidarse, sacarse partido, no ir descuidada o ir a la moda, no dejan de reforzar la idea de que la imagen es un reflejo de la propia identidad y valía.  “Si una mujer deja de ponerse guapa, ya tiene que haber un motivo detrás. Tiene que estar triste o haberle pasado algo.  Si una mujer no se depila, no se tiñe el pelo, etc., es una dejada o incluso sucia, pero si un hombre no lo hace no pasa nada”, puntualiza Carmen. Según el estudio ‘Las mujeres jóvenes en España’ de Inés Alberdi, Pilar Escario y Natalia Matas, ‘esta exigencia constituye una fuente potencial de inseguridad y una enorme desventaja respecto a los hombres, cuyos cuidados estéticos, aunque existen, no son tan exigentes en términos de tiempo, aprendizaje y desembolsos económicos’.  

Querer o no querer(lo todo)

La presión social respecto a la imagen que una mujer debe proyectar es solo uno de los muchos retos actuales. El acceso generalizado a la educación y formación superior ha cambiado por completo la visión de las jóvenes sobre el matrimonio y la familia. Ya no ven el matrimonio como un objetivo o una obligación, sino como una parte más del conjunto de elementos que pueden contribuir a su vida, especialmente tras los estudios en los que han invertido su esfuerzo y el trabajo que les proporcione  independencia y libertad. Sin embargo, Noelia, estudiante de 22 años, ya ha tenido que escuchar tanto de familia como de amigos que “ya es hora de echarse novio” o “llevas ya mucho tiempo soltera”.  Admite que hay gente que ve raro que alguien de su edad no tenga pareja pero, como muchas de sus coetáneas, sus prioridades son licenciarse y encontrar trabajo. “Casarme es lo último, pero la sociedad tiene muy inculcado lo de la media naranja como algo imprescindible para ser feliz”.

La evolución de los roles de género no deja de crear conflictos en la sociedad en general y en las mujeres en particular, ya que todavía hay que construir un equilibrio que no tiene modelos previos en los que basarse. Uno de los resultados de esa evolución es que muchos jóvenes de ambos sexos  han sido educados en la importancia de la formación y el futuro laboral, pero llegan a la convivencia de pareja sin conocimientos sobre el mantenimiento y cuidado del hogar. Ambos deben aprender desde cero, pero la responsabilidad sigue recayendo prioritariamente sobre la mujer porque ‘lo hace mejor’ o ‘le importa más’.  Los dos reciben presiones sociales para cumplir sus roles de género tradicionales, además de los nuevos.

La fregona de la discordia

La idea de que las tareas domésticas no son para hombres está estrechamente vinculada a la baja valoración que ese trabajo tiene,  tanto por ser tradicionalmente una labor femenina, como por el hecho de no estar remunerado, que lo hace invisible. En la misma línea se incluyen las labores de cuidador de familiares o hijos, que con frecuencia se suelen delegar en las mujeres. Incluso aunque la mujer trabaje fuera de casa suele ser ella quien reduce las horas, pide permisos o renuncia por completo al empleo porque su sueldo, más bajo o inestable, se gasta en pagar a otro cuidador. Claudia María Rodríguez (29) reivindica que “los hombres son igual de capaces de limpiar y cuidar que las mujeres. Todo el mundo puede hacerlo y todo el mundo debe hacerlo. Parece que cuando un hombre friega hay que darle la enhorabuena, porque el siglo XXI seguimos siendo muy machistas aunque la gente diga que no”.  Claudia achaca esto a la falta de información. “No se entiende lo que es el feminismo. Lo confunden con otros términos. No entienden que lo que buscamos es la igualdad. Hay mujeres que piensan que  el feminismo es la ‘muerte’ al hombre y defienden que es lo que se ha hecho siempre, porque no se informan o en su entorno no están bien asesoradas”.

 

Carmen Fernández considera que  “cada vez somos más conscientes de la necesidad del reparto igualitario de las tareas en el hogar y el cuidado de los hijos y mayores. Se produjo un cambio muy fuerte con nuestra incorporación al mundo laboral, pero no se ha  abandonado ese rol por completo. Es muy importante que este papel vaya cambiando y para eso pues es necesario educar en igualdad de manera transversal desde que son pequeños en los colegios, rompiendo esos roles de género”.  Además de la educación fuera de casa, resalta que “nosotras como madres debemos enseñar a nuestros hijos a ser adultos funcionales, saber hacer las labores domésticas, que no tengan que depender de una mujer para cuidar su casa y enseñar a las hijas que no somos cuidadoras de ningún hombre  y que no tenemos que tener más carga que ellos solo por haber nacido mujeres”.

La maternidad pública

El aspecto en el que la mujer recibe más presiones, además de la imagen personal, es probablemente el de la maternidad. Los métodos anticonceptivos revolucionaron la capacidad de decisión de la mujer sobre su vida pero no han evitado que la sociedad siga viendo la elección de no ser madre como un gran egoísmo. La bienintencionada pregunta del familiar o amigo sobre cuándo una mujer va tener niños empieza a los pocos meses de tener pareja estable y puede tener que seguir oyéndola durante décadas, hasta que alcance una edad en la que ya se la considerará mayor para hacerlo. Si ya ha tenido un hijo, no por ello dejará de recibir comentarios sobre su útero, porque sus allegados querrán saber cuándo ‘irá a por el hermanito’. Pese a que las insinuaciones y comentarios se hacen como una muestra de interés, son un reflejo de la falta de consideración hacia las decisiones y sentimientos de la mujer, que puede no desear ser madre, desearlo y no poder, haber sufrido un aborto o un sinfín de posibilidades sobre las que no debería tener que dar explicaciones. Asumir que el instinto maternal es común a todas las mujeres y objeto de interés público da lugar a que la presión ni siquiera se perciba como tal.

 

La crianza de los hijos es igualmente objeto de todas las opiniones posibles, sin que ninguna tendencia pueda estar libre de crítica. Ningunos padres, pero especialmente las madres, a quienes se les atribuye el mayor peso de las consecuencias de la educación, pueden acertar por completo. Desde la madre desconsiderada porque se va a trabajar a los dos meses de dar a luz, hasta la que no tiene aspiraciones que lo deja todo y se queda en casa, el rol de la mujer como madre nunca parece el correcto.  Los padres no recibirán críticas por volver al trabajo o incluso serán alabados si deciden quedarse al cuidado de sus hijos, al menos al principio. Si la situación es permanente, la invisibilidad de su labor también acabará por desvalorizarlo como hombre aunque no sufrirá las mismas críticas si decide anteponer su faceta profesional de nuevo. En el caso de la mujer, la búsqueda de un equilibrio entre lo que quiere y las exigencias familiares, laborales y sociales constituye un camino difícil, en el que lo imperdonable es que pongan sus propias necesidades por encima de las necesidades de los hijos. “De alguna manera, sus argumentos siempre han de ser altruistas porque la presión cultural tiende a culpabilizarlas del aspecto que dejen más desatendido”, determina el estudio de Inés Alberdi, Pilar Escario y Natalia Matas

 

 En las últimas generaciones las mujeres han cambiado sus aspiraciones, su visión sobre la familia y su situación vital en una sociedad que demanda facetas para las que todavía no hay una respuesta definida. Para navegar este panorama, las mujeres interpretan todos esos papeles tratando de decidir el valor que le dan a cada uno. El fin es enriquecerse con ellos y contribuir a una sociedad en la que tanto los rasgos femeninos como los masculinos tengan su valor y, sobre todo, en la que las diferencias no signifiquen desigualdades.

 

Spot "Contra la presión social y familiar ejercida sobre la mujer"

Una iniciativa de:

Centro Asesor de la Mujer

Ciudad Autónoma de Ceuta - Consejería de Servicios Sociales

Pacto de Estado contra la Violencia de Género

Producción:

Qreativos / Qrónica

"Tendré pareja estable cuando yo quiera"

"Y si no me caso...¿qué?"

"Ser madre es una opción, no una obligación"

"Soy una mujer, no un lavavajillas"

"No me cuido para gustarte a ti, me cuido para gustarme a mí"

"Ni criada, ni cuidadora... ¡mujer!"

La mujer sigue sufriendo presión social y familiar