Sandro Marques: “En las escuelas de fútbol, también enseñamos valores para la vida”

Con más de 25 años dedicados al mundo del fútbol, el nombre de Sandro Marques está definitivamente unido a nuestra ciudad, donde el jugador brasileño llegó en 2004 para jugar con la AD Ceuta. Tras ser campeón en Paraguay, su tenacidad lo llevó a jugar en distintos equipos españoles y a estar a punto de fichar en primera división. Hoy vive dedicado al fútbol como monitor y trabajando en las instalaciones de la federación ceutí, sin dejar de lado la pasión por el vóley que empezó en las playas de Río de Janeiro.

¿Cuál es el primer recuerdo que tienes con un balón?

Desde la cuna. Era muy pesado yo con el balón, desde chiquitito. En Brasil los Reyes Magos no solemos celebrar como aquí, es más la Navidad, entonces el día 24 para el 25, Papá Noel te deja un regalo al lado de la cama y el mío siempre era un balón. A mí siempre me encantaba, ese es mi recuerdo desde que tenía ocho o nueve años.

 

¿Cómo fueron las sensaciones la primera vez que te viste en un equipo como profesional?

Fue en Paraguay, en Guaraní de Asunción. Yo llegué ahí y era el único extranjero en el equipo. Los demás eran todos paraguayos y me impresionó estar solo. Tenía que sacar todo lo mejor de mí para decir “aquí estoy y aquí tengo que triunfar”, a pesar de todas las dificultades y pegas que tuve que superar. Por suerte, siempre he tenido mucha fortaleza mental y he conseguido conquistar la amistad de todos a base de trabajo, constancia y humildad. Ellos ya vieron mi actitud y me recibieron con los brazos abiertos. A los tres años, salí campeón de Paraguay.

 

A los cuatro días de la final paraguaya ya estabas en España. ¿Te lo esperabas?

En la final en Paraguay, fueron a ver dos delanteros que había en el equipo muy buenos, que fueron internacionales. Yo siempre les deseaba mucha suerte para conseguir ir a España, animándolos, y al final, en los dos partidos que jugamos la final, fui el mejor en el campo y acabé viniendo yo para España. Es así la vida.

 

¿Qué diferencias notaste entre el fútbol latinoamericano y el español cuando llegaste?

El ritmo de partido, el ritmo de juego. Allí los campos son más secos y juegas un poco más pausado. Aquí es superrápido. Cuando vine a España, fue otra batalla más para captarme, porque vine cedido al Lleida y yo quería quedarme aquí. Me decía a mí mismo que tenía que luchar y adaptarme aquí como fuese. Entrenaba mucho por las tardes y en el campo el bote, el ritmo, muchas cosas a las que tenía que adaptarme.

Cuando llegué, venía de jugar 42 partidos en la liga paraguaya y salir campeón. A los cuatro días estaba en España y aquí estaban en pretemporada. El entrenador era Chechu Rojo, un entrenador duro, y tuve que conquistarlo también a base de trabajo y constancia. Cuando llegué a la concentración del equipo en agosto a Lleida, me dijo que iba a hacer la pretemporada aparte, porque venía de jugar los 42 partidos, pero yo le dije que no, que me tratara como uno más, porque todo lo que había hecho antes era el pasado y que estábamos en el presente. Ahí lo conquisté y de los 40 partidos de la liga jugué 38.

 

¿Qué te aportó cada uno de los distintos clubes por los que has pasado?

El primero fue el Guaraní, el principio de mi carrera profesional. Si no fuera por ellos no estaría en ningún lado. Eso está claro. Después Lleida fue el inicio en Europa. Me ayudó muchísimo. Tuve muy buenos entrenadores. Me adapté rápido. Fue una suerte tener trabajo mío y mi constancia, porque yo soy muy constante y muy pesado.

En el Badajoz, estuve a punto de pasar a primera división. Me querían fichar el Athetic y el Málaga, pero tuve la mala suerte de lesionarme el peroné y ahí me vine para atrás y ya no salieron más equipos de primera. Era la única categoría que me faltaba. Aún así, tanto en el Lleida, como en el Badajoz, en el Levante, en Córdoba, en Poli Ejido, he sacado lo mejor de cada club.

Después vine a Ceuta y aquí aprendí muchísimo. Yo siempre estaba en segunda A y aquí en Segunda B, que es una categoría muy complicada, aprendí muchísimo y me he quedado, porque también he encontrado mi estabilidad emocional y mental y estoy muy feliz.

Ya desde antes de dejar el mundo profesional, tenías claro que querías continuar el trabajo futbolístico con niños y te embarcaste en tu propia escuela. ¿Qué encuentran los pequeños en este deporte?

Cuando dejé el fútbol monté la escuela Sandro Marques en el colegio Beatriz de Silva y me iba muy bien. Empecé con cinco alumnos y a los dos o tres años ya tenía 200 y muchos niños que no podíamos ya meter. La verdad es que fue un trabajo muy bonito durante esos tres años allí en el colegio. Luego me fichó la Federación de Fútbol de Ceuta y con la escuela de la Federación también tenemos muchísimo éxito y hay lista de espera. Yo siempre digo que me gusta empezar con ellos desde chiquititos, con cuatro o seis años. Así puedes ir enseñando muchas cosas, no solo del fútbol, también de la vida. Los puedes preparar para cosas de la vida, que creo que esta generación va a sufrir un poco porque el mundo está muy avanzado, demasiado, y los niños aprenden las cosas malas muy jóvenes. En la escuela uno intenta hacerles ver que hay tiempo para todo. Muchos a los 13 o 14 años ya no quieren jugar. Hay que empezar desde pequeños para que cuando llegan a esta edad, puedan seguir manteniendo la ilusión de jugar y hacer deporte.

 

El mejor ejemplo eres tú, que juegas también al vóley-playa y acabas de ser nombrado mejor jugador del torneo de Gibraltar.

Es curioso. Yo salí de mi casa muy joven, con 18 años, de Guajará-Mirim y me fui a Río de Janeiro. En mi casa no había playa, no hay mar, todo es selva. Llegué a Río, todo era nuevo. Cuando me bañé en el mar no sabía ni que el agua era salada. Fui a un montón de equipos y ninguno me dejaba entrenar. Así que empecé a trabajar de camarero en un restaurante por las tardes y por las mañanas corría. Iba corriendo por la playa y al principio no aguantaba ni seis metros. Empecé, empecé, y allí vi a la gente jugando a vóley. Probé y vi que se me daba bien. Siempre he tenido coordinación para ciertos deportes. Me puse a jugar y olvidé el fútbol. Estaba trabajando y jugando uno o dos años al vóley-playa, con un nivel muy alto. La verdad, si lo pudiera perseguir, en este momento, no haría fútbol sino vóley-playa, pero mi camino no fue por ahí. Fue cuando me ofrecieron Paraguay y he ido evolucionado. Pero no pierdo el tacto. Me encanta y cuando llega el verano cambio el chip y juego al vóley. Aquí hemos ganado muchos torneos mixtos con Olga Chaves y masculinos con Jesús Yáñez. Veo a los chavales jóvenes, que vienen fuerte. Me pasan por encima e intento competir con ellos, pero es difícil. Cada año es más difícil, pero lo paso muy bien.

¿Echas algo de menos de ser profesional?

Los viajes. Viajar con el equipo, los entrenamientos, el calentamiento en el campo y ver casi todos los campos del fútbol español. Menos el Barça y el Madrid, pude ver casi todos, algunos campos espectaculares. Salía y me decía “tengo que darlo todo”. Miraba hacia atrás recordando de dónde he venido y eso siempre ha sido una gran motivación para mí. Todo lo que he conseguido ha sido gracias a mi madre Oswaldina de Medeiros, a la Afag (Associação Dos Filhos E Amigos De Guajará-Mirim), a mi mujer María del Mar, que es la que me dio estabilidad emocional y mental, y a mis hijos Emerson y Adriana. Sin ellos no sería nada.

 

¿Cómo ves a cantera en Ceuta?

Ahora se está trabajando mejor. Hay muchos niños que han perdido la ilusión por el tema de la pandemia. Han estado mucho tiempo parados y tienes que jugar con la psicología para engancharlos de nuevo.

En Ceuta hay muchos niños que juegan muy bien. Hay muy buena cantera, para lo chico que es. Como hay fútbol sala, hay muy buena técnica. Poco a poco se está trabajando desde la base, de prebenjamín, de alevín. Hay que ver el plazo a 20 años, que haya el referente sea el Ceuta a nivel nacional. Nunca es tarde.