ANGELA QRONICA
Ángela Merayo

EL VIAJE DE ÁNGELA

Nueva Caledonia, un cóctel perfecto

Nueva Caledonia, un cóctel perfecto

Uno de los viajes que, quizás, me haya impresionado más fue el de este verano a Nueva Caledonia. Una experiencia única que me marcó y es que hay algo mágico en esta isla remota que me parece fascinante.IMG_6438

Lo primero os hablaré de la situación geográfica de este país, así como de algunas pinceladas sobre su historia.

Situada en el corazón del Pacífico Sur encontramos este archipiélago francés que posee algunas islas consideradas las más bellas del mundo y cuya capital es Numea. De difícil acceso, ya que desde Europa no existen vuelos directos, lo cual limita el turismo y te da la sensación de sentirte más aislado aún.

Sus hermosos acantilados, extensas llanuras, preciosas bahías con diferentes tonalidades de azul turquesa, playas de aguas cálidas y arenas blancas, hacen un lugar idílico que se perfecciona con la gran variedad de flora y fauna.

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El viaje comienza tomando un vuelo desde Sídney (Australia). En tan sólo dos horas llegaremos a la capital de este idílico archipiélago, Numea. La temperatura es suave (máximas de 24-25 grados) en verano, ya que, por su situación geográfica, su clima es tropical. Pasamos una noche en la capital, que como todas capitales, tiene muchas cosas interesantes que ver, entre ellas el Centro Cultural Jean-Marie Tjibaou, más que un centro cultural simboliza la rica diversidad en Nueva Caledonia donde se puede observar la existencia del pueblo Kanak (tribu originaria del país). El turista puede descubrir las obras de arte inspiradas en la cultura de Oceanía, así como su música y arte.

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Al día siguiente tomamos un vuelo rumbo a Ile des Pins (Isla de los Pinos) y tal como su nombre indica esta pequeña isla está poblada de pinos que llegan casi hasta la orilla del mar. Este mágica tierra fue descubierta por el capitán Cook en su segundo viaje a Nueva Zelanda. Dicen que este lugar es lo más parecido al paraíso y os aseguro que tienen razón. Un remanso de paz donde el tiempo se detiene, no existen horarios, ni el estrés del día a día, la felicidad se consigue con poco y siempre cualquier lugareño estará dispuesto a ayudarte y a darte conversación regalándote su afable sonrisa.

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Una de las principales actividades en la isla es relajarse en la playa en una de las numerosas bahías de la isla, por cualquier rincón que busquemos sus aguas son completamente turquesas y su arena blanca y fina, puesto que no existe contaminación alguna; no hay cruceros, ni embarcaciones de recreo que puedan contaminar la belleza de este mar y así respetar ese ecosistema con su fabulosa barrera de coral considerada patrimonio de la humanidad.

Pero no todo es relajarse en una playa paradisíaca, además se puede recorrer la isla y aventurarse en descubrir, por ejemplo, la gruta de la reina Hortensia; hija de algún jefe de una de las tribus de la isla que durante un conflicto se debió refugiar en ella. Hay que pagar una cantidad simbólica para la conservación de la misma, pero merece la pena, no sólo la gruta en sí sino el camino que nos lleva hasta ella lleno de vegetación frondosa, flores tropicales de diversos colores y helechos gigantes que te dan la sensación de estar viviendo una película de ciencia ficción.

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En nuestra ruta, decidimos ascender al pico N’ga, lo que nos permite tener una panorámica de gran parte de la isla, así como los pequeños islotes que la rodean. Un pico apto para todas las edades ya que su altitud es de 262 metros sobre el nivel del mar. Con algunas pendientes algo abruptas al llegar a la cima, pero ya os digo que merece la pena la subida de una hora para admirar las hermosas vistas desde su cumbre.

En cuanto a lo referente a la historia de la isla me sorprendió conocer como numerosos cabilios (procedentes de Argelia) fueron deportados allí como convictos y descansan en un cementerio adornado por figuras de madera probablemente representando a las tribus de la isla.

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Pero sin duda la actividad que más me sorprendió fueron las dos inmersiones submarinas que hice, esa flora y fauna que pude ver jamás antes la había apreciado en ningún lugar. Corales de todos los colores, peces que brillan bajo el mar, serpientes marinas, mantas, tortugas gigantes nadando en libertad, cuatro especies diferentes de tiburones (todos inofensivos, claro está), e incluso pude recorrer una parte de la barrera de coral conocida como el gran Cañón por su asemejo a la formación rocosa norteamericana que se abre paso a un majestuoso arco del Triunfo a una profundidad máxima de 25 metros. Esa belleza tan limpia y pura es fruto del respeto al ecosistema y a la naturaleza por parte del ser humano.

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Una curiosidad para terminar. Me sorprendió que hubiese tan pocos hoteles en la isla y preguntando a los locales me dieron la respuesta El hotel donde nos alojábamos era de un pescador, sí de un hombre sencillo que le había alquilado el terreno a la empresa que se encargó de construirlo y es que las tierras de la isla pertenecen a las diferentes tribus y ellos son los que deciden si las alquilan para construir o no. A los habitantes de la Ile des Pins no les hace falta el dinero porque su felicidad consiste en tener alimentos (la mayoría tienen sus tierras o pescan) y tener un techo bajo el que dormir, lo material no es importante. ¡Qué maravilloso sería que nuestra sociedad se basara en estos principios! Por estas y otras razones mencionadas considero mi estancia en Nueva Caledonia como una pequeña estancia en el paraíso y espero algún día volver a recorrer esos parajes idílicos, mientras tanto los recuerdos permanecerán grabados en mi retina y espero que, una vez leído este artículo, en las vuestras también queden.

¡Hasta la próxima!

 

Nueva Caledonia, un cóctel perfecto