DANIEL J. MARCOS
DANIEL J. MARCOS

QOLUMNAS DE HÉRCULES

Salir del armario

Salir del armario

Rami Malek ha ganado el Óscar a mejor actor por su genial interpretación de Freddy Mercury en la cinta Bohemian Rhapsody. En su discurso, ha destacado que hicieron “una película acerca de un inmigrante gay que vivió su vida sin pedir disculpas”.

Si bien, ¿qué habría ocurrido si Freddie Mercury hubiera dejado todas sus lentejuelas, camisetas de tirantes, maquillaje y su prodigiosa voz dentro de un rincón oscuro en un cajón sin fondo? ¿Qué hubiera pasado si no se hubiera atrevido a lanzar al mundo todo lo que tenía dentro? ¿Y si hubiera escuchado a sus padres y seguido sus consejos? ¿Y si hubiera hecho lo que ellos creían que era “lo mejor para él” y se hubiera olvidado de la música? Quizá nunca hubiéramos conocido a Freddie Mercury y su alter ego, Farrokh Bulssara, habría pasado por el mundo sin pena ni gloria. Nosotros nos habríamos perdido a uno de los más grandes y él nunca hubiera sido quien realmente deseaba ser.

 

Nacemos únicos, pero desde las primeras decisiones que nuestros padres toman por nosotros y que, irremediablemente, afectarán a nuestro futuro, empezamos a convertirnos en copias; en un ejército de clones, de un modo imperceptible para los sentidos.

            Se nos mata la individualidad y se nos cortan las alas cada vez que intentamos sobresalir, cada vez que intentamos ser diferentes. A cada tentativa de abandonar el molde se nos vuelve a meter a la fuerza. A cada rebelde insurrecto se le vuelve a inculcar el ideal de corrección en el adoctrinamiento del que se sirven los gobiernos para mantenernos callados.

            Y así, aprendemos que lo normal, lo que hace todo el mundo y lo que se nos dicta como lo correcto es lo que se debe hacer; y que todo lo que se salga de ello será mejor mantenerlo escondido; dejarlo en una esquina olvidada del armario de nuestros secretos en el que todos, en algún momento, nos hemos tenido que esconder.

            ¿Por qué nos forzamos a ocultar nuestra verdadera personalidad? ¿Por qué se nos enseña a juzgar y a ser juzgados rechazando todo lo que es diferente?

¿Cuántos artistas y personas influyentes nos estamos perdiendo por no dejarlos fluir y por obligarlos a permanecer escondidos?

 

Nuestra sociedad se deja llevar por la hipócrita dicotomía que se produce entre la admiración de ídolos y símbolos del mundo de la literatura, la música y el arte; y el odio o el miedo cuando alguien cercano quiere intentar lanzarse a cumplir sus sueños; fobia que se impulsa por el maldito temor al qué dirán o al qué pensarán los demás.

Estamos obligando a nuestras futuras generaciones a ocultar su creatividad en lo más hondo de ellos mismos y haciendo que sus lágrimas se amuculen, en silencio, en un profundo océano de tristeza y depresión, que terminará en una explosión interna de dolor insoportable; en una asfixia eterna que solo nos dejará con el oxígeno suficiente para mantenernos con vida en una extraña agonía interminable y envenenada y en el más gélido sufrimiento del alma.

 

Así, hagamos un llamamiento a una adolescencia eterna en la que nuestros deseos no tengan que ser reprimidos, en la que no tengamos que avergonzarnos ni tener miedo de todo lo que somos.

            Nuestra creatividad nace con nosotros como una pequeña llama de un fuego que, según lo alimentemos, será perenne o caduco; un fuego que debemos proteger y amar, aun con el peligro que conlleva el poder quemarnos; un fuego que es tan nuestro como nuestro propio ser y del que solo nosotros debemos ser responsables. Un fuego que muchos intentarán apagar y dejar hecho cenizas, pero un fuego que siempre podrá volver a ser avivado con la pasión voraz de nuestros sentimientos y emociones.

Seamos valientes para salir del armario en todas sus perspectivas y liberemos nuestras almas para que se enfrenten al mundo del modo y forma en que más deseemos hacerlo. Si queremos escribir poesía, escribámosla. Si queremos cantar, cantemos. Si queremos maquillarnos, tatuarnos, ir depilados o sin depilar, hagámoslo. No temamos a lo que piensen los demás, no nos dejemos juzgar por personas cuya mayor aspiración es la de seguir los pasos marcados por sus antepasados. No dejemos que nos hagan sentir inferiores por no querer ser un calco de los demás miembros de la sociedad. No permitamos que nos juzguen por nuestros gustos, formas de vestir, de ser y de sentir.

            Rebelémonos ante la injusticia eterna que el mundo nos impone. Busquemos la felicidad en cada pequeña cosa que se nos ofrece y que nos dibuje sonrisas, y no nos paremos a pensar si seremos aceptados o no por el prójimo.

            Rompamos las cadenas que nos mantienen esclavos y huyamos de la forzada normalidad. Seamos, sintamos y padezcamos todas las benditas y malditas consecuencias que vivir nuestra propia vida nos pueda otorgar.

            Abracemos a nuestros deseos y a nuestros miedos, abramos las alas, volemos, sin miedo, rompamos las puertas y salgamos, libres, rebeldes y sinceros, al exterior de nuestros armarios.

            Nos criticarán, nos señalarán con el dedo, nos despreciarán y condenarán al ostracismo.

No retrocedamos nunca. Aun cuando duela, aun cuando creamos que no estamos haciendo lo correcto, aun cuando nos quieran convencer de que desistamos, sigamos los pasos de nuestro corazón hasta el fin de nuestros días.

Seamos quienes somos, quienes queremos ser y quienes deseamos ser; y vivamos una vida que, larga o corta, equilibrada o no, feliz o infeliz, merezca la pena ser vivida.

Todos vamos a morir; así que no nos dejemos morir dos veces, no dejemos que la sociedad asesine la parte más pura de nuestras almas antes de que nuestro cuerpo perezca; y vivamos nuestra propia inmensidad en el hermoso viaje que será nuestra vida.

            Y, como Mercury, nunca pidamos disculpas por haber sido quienes quisimos ser.

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