Ángel Guinda, un poeta que amó y defendió, hasta su último aliente, ‘el arrojo de vivir’

El poeta Ángel Guinda falleció el pasado fin de semana.

El pasado fin de semana fallecía en Madrid el poeta Ángel Guinda. Deja una veintena de poemarios, ensayos, traducciones y un libro póstumo, que le dio tiempo a corregir antes de su muerte, El arrojo de vivir. 

“Fue feliz compartiendo
los cantos y las risas,
la pobreza, el dolor.
Retozando en la escarcha,
comiendo y bien bebiendo.
Alegre a pleno sol,
solo en el descampado
o entre la muchedumbre.
Fue feliz de estar vivo
y afrontar las desgracias
ajenas como propias,
sereno o agitado;
liviano haciendo el muerto
sobre la piel del mar.
Fue feliz desterrado
de la realidad".
Feliz bajo la noche
coronada de lámparas,
en batallas de amor
que hacen temblar las sábanas.
Fue feliz derribando
murallones de lágrimas,
hablando con los astros,
escuchando a la muerte.
No descarta
ser feliz bajo tierra
mientras sigue la vida”.

 

Ángel Guinda Casales (Zaragoza, 26 de agosto de 1948 - Madrid, 29 de enero de 2022) fue un poeta sereno y libre, que dejó en sus palabras el poder de lo auténtico y lo esencial. Nos dejaba el pasado fin de semana, a los 73 años.

El poeta contaba que la poesía se le apareció una tarde a los 16 años y le salvó la adolescencia y la vida. Pero no solo eso, se apoderó de él para ya no volver a soltarle hasta los 73 años en los que él se ha ido y, en herencia, nos ha dejado sus versos.

Inició estudios de Medicina pero no prosperaron en un estudiante que más que a cifras científicas le embelesaban las letras. Su vida se encaminó hacia ellas y tomó la enseñanza como oficio. La escritura la compaginó con su la docencia, como profesor de Lengua y Literatura Española primero en el Prepirineo aragonés y, posteriormente, en Zaragoza.

En los años setenta ofrecía recitales de poesía y en 1977 fundó la Colección Puyal de libros de poesía. Aunque no fue hasta 1981, ya en la treintena, que no publicó su poemario Vida ávida (Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía). Un libro que no tardó en calar hondo entre público y crítica, por la rabia, la crudeza de sus textos y lo autodestructivo de su primera propuesta literaria.

En 1988 fundó la revista Malvís, junto un año después de haberse ‘exiliado’ a Madrid a raíz del juicio contra La Guinda del Espermento. Y fue en Madrid, donde se quedó hasta su muerte, donde se expandió como autor, escribiendo una veintena de poemarios, aunque también cultivó el ensayo -ha publicado artículos sobre arte y literatura en diversos medios- y la traducción. Además de ser coautor de la letra del Himno de Aragón junto a Ildefonso-Manuel Gil, Rosendo Tello y Manuel Vilas.

De ese primer impulso de la juventud que le escupió versos duros y potentes derivó hacia una poesía igual de auténtica y llena de fortaleza pero más hacia el camino del existencialismo. Una poesía que ahonda en su propia soledad y en el paso del tiempo sin retorno. Después de todo (Madrid, Libertarias, 1994); Conocimiento del medio (Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía, 1996) y La llegada del mal tiempo (Madrid, Huerga y Fierro editores, 1998) son algunos de sus libros más aclamados en los últimos veinte años del pasado siglo.

Un siglo que comienza publicando, en esa misma línea, Biografía de la muerte (Madrid. Huerga y Fierro editores. 2001). Libro que dio paso a una poesía más amplia en el gran sentido de la palabra. Una poesía basada en el arte de comunicar, más solidaria, menos elitista y mucho menos oscura.

En 2010 fue galardonado con el Premio de las letras Aragonesas por su libro La experiencia de la poesía. Un texto que recoge no solo muchos de sus poemarios sino también los relatos de su propia experiencia con la poesía. Sus manifiestos: Poesía y subversión, Y poesía ni contracultura, Poesía útil, Poesía violenta, entre otros. Un volumen que recoge, en definitiva,  el universo de Ángel Guinda.

En sus últimos años ha seguido escribiendo y publicando con libros como Materia del amor (Toledo, Editorial Lastura, 2013) o Catedral de la Noche (Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía, 2015). Antes de morir le dio tiempo a corregir las pruebas de su antología de poemas de amor El arrojo de vivir (Olifante. La Casa del Poeta), que será su libro póstumo; el legado de un hombre que vivió amando el verso.